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“Él transformará nuestro cuerpo mortal
en un cuerpo glorioso semejante al suyo.”

(Filipenses 3:21)


Paladeemos el sabor de esta promesa. Ahora vivimos una lucha constante entre lo espiritual y lo carnal: “queremos hacer el bien, pero el hacerlo no esta en nosotros”. Algo falla cuando queremos entregarnos completamente al Señor, porque en nuestra carne todavía habita la ley del pecado, que lucha contra la ley del Espíritu. Leemos en Gálatas 5:17:


“Porque el deseo de la carne
es contra el Espíritu,
y el del Espíritu es contra la carne,
pues éstos se oponen el uno al otro,
de manera que ustedes no pueden
hacer lo que deseen”.


Pero un día este cuerpo mortal será “semejante al suyo”. ¡Aleluya!. Semejante al que ahora tiene el Hijo que está en el seno del Padre desde la eternidad. ¿Podemos imaginar esa gloria?. Dice 2 Corintios 5:4:


"Asimismo los que estamos en este tabernáculo
gemimos con angustia,
pues no quisiéramos ser desnudados,
sino revestidos,
para que lo mortal sea absorbido por la vida".


¡Que promesa!: ¡lo mortal absorbido por la vida!. Como se dice también en 1 Co 15:54-55:


"Sorbida es la muerte en victoria".
¿Dónde está, muerte, tu aguijón?
¿Dónde, sepulcro, tu victoria?


El "postrer enemigo", la muerte, ya ha sido vencido. Cuando Jesús hizo un "ensayo general" de Su resurrección (que es la muestra) ante Pedro, Jacobo y Juan, en el monte de la transfiguración estos quedaron confundidos y asustados:


“Allí se transfiguró delante de ellos.
Sus vestidos se volvieron resplandecientes,
muy blancos, como la nieve,
tanto que ningún lavador en la tierra
los puede dejar tan blancos.


Mientras descendían del monte,
les mandó que a nadie dijeran
lo que habían visto, hasta que
el Hijo del hombre hubiera resucitado
de los muertos”.

Marcos 9:2-9


Y solo después de la resurrección de Su Maestro Pedro, Jacobo y Juan, comprendieron lo que vieron aquella noche. Pero si ellos quedaron así de trastornados y atónitos (y María de Magdalena tampoco reconoció a su querido Maestro en el jardín del huerto) ¡cuan lejos estamos nosotros de imaginar la gloria de la resurrección!. ¡Pero esta es la promesa bienaventurada a todos los que somos lavados por la sangre del Cordero!.


Y hay algo más: viviremos con ese cuerpo purísimo y eterno en una Sión también transmutada por su Gloria que la cubrirá como un dosel. En esos días "la tierra estará llena del conocimiento de la gloria de Dios". Y esa Sión de este mundo venidero/athid lavo - que también esperamos según Su Promesa - distará tanto en su apariencia de la Sión actual, la llamada Tierra Santa desfigurada por mil guerras, como "nuestro cuerpo mortal" de hoy dista del glorioso cuerpo "semejante al suyo" que poseeremos eternamente.


¡Gloria a Dios!. ¡Saltaremos de felicidad como becerros!.






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